Podría extenderme sobre lo bonito que es levantarse un día en la soleada ciudad de Chicago un 28 de julio y descubrir que donde naciste y te criaste han decidido hacer historia. Que sí, que aún faltan los correbous y muchas otras celebraciones pueblerinas que me parecen tan ridículas como sinsentido a estas alturas de la vida, pero poco a poco.
Podría explicar que el siguiente paso natural sería prohibir a Belén Esteban salir en la tele, pero sinceramente, espero y deseo que termine como Carmina y Anna Nicole Smith así que cuanto más salga en la tele más posibilidades tendremos todos de disfrutar de este escarnio. Y con éste sí que disfrutaré.
Podría hablar del pobre asesino que se ha quedado sin trabajo y ha decidido atacar a ERC (hay tantas razones para atacar a ERC que elegir la equivocada solo está reservado para las mentes más cortitas) y pensar que ahora los criminales irán a la comisaría a quejarse de que se quedarán sin trabajo.
Podría contaros lo listos que son el PP que quieren proponer una ley para anular la prohibición. Y lo próximo, evidentemente, será proponer una ley que anule la ley que anula la prohibición. Y si ya se crea una que los anule a ellos, chapeau.
Podría decir muchas cosas, pero curiosamente me he encontrado con unas líneas escritas por Ramón Chao, que resulta que es el padre de Manu, y aunque no me gusta generalizar ni para bien ni para mal, necesito compensar mi ausencia en uno de los julios más orgullosos de Catalunya con este artículo sacado de crònica.cat:
Me gustan los catalanes
Me gustan los catalanes porque a lo largo de su historia acogieron e integraron a íberos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, judíos, árabes y toda clase de charnegos y sudacas, sin conocer los problemas que afectan ahora a Francia; es un ejemplo.
Me gustan los catalanes porque ya el 7 de abril de 1249 el rey Jaime I nombró a cuatro prohombres de Barcelona (los paers) para dirimir los conflictos de la ciudad sin violencias ni reyertas. Esos hombres sabios, que pasaron a cien en 1265 (el Consell de Cent), iniciaron el sistema del gobierno municipal de Barcelona. Gracias a ellos reinó allí la concordia, y antes de empuñar las armas refirieron siempre emplear la razón.
Me gustan los catalanes porque en toda su historia no han ganado ni una sola guerra, y encima les da por conmemorar como fiesta nacional una de las batallas que perdieron en 1714 a manos de las tropas de Felipe V de Borbón.
Cataluña había dejado de ser una nación soberana. Desde entonces, cada 11 de septiembre muchos catalanes y catalanas, como hay que decir ahora, se manifiestan para reclamar sus libertades.
Me gustan las catalanas porque una de ellas, joven y bien plantada por cierto, no vaciló en pegarse a mi espalda durante cuatro días en el asiento trasero de una Vespa cuando recorrí la península en pos de Prisciliano.
Me gustan los catalanes porque tienen de emblema un burro tenaz, trabajador y reflexivo, muy alejado del toro ibérico cuyas bravas y ciegas embestidas lo abocan a la muerte. Estos animales son de una raza registrada, protegida, y prolíferos sementales. Al igual que el cava, se exportan a numerosos países para mejorar la especie autóctona, como a Estados Unidos, donde crearon el Kentucky-catalan donkey. Y allí no piensan, ni mucho menos, en boicotearlos.
Cierto es que en el carácter catalán confluyen las virtudes del asno. Pero los rasgos diferenciales no se limitan a los de este cuadrúpedo. La población catalana se define por una doble característica: el seny y la rauxa . El seny implica sabiduría, juicio mesurado y sentido común.. Tenía seny aquel catalán que iba en un compartimiento de un tren al lado de la ventanilla. Tiritaban de frío y los otros pasajeros le pidieron que la subiera: «Es igual», contestó a varias solicitudes, hasta que un mesetero se levantó furioso y alzó la ventanilla... ¡cuyo cristal estaba roto! «Es igual», volvió a repetir el buen hombre con toda su santa cachaza. Al seny le responde la rauxa, asimilable a la ocurrencia caprichosa, la boutade (frase ingeniosa y absurda). Cuando de joven el surrealista Dalí iba en el metro y veía a un cura con sotana, le decía: «Siéntese, señora».
La alianza de estas dos facetas en un solo individuo forma el carácter catalán, que se comunica, se comparte y se aprecia. El otro día al regresar a París en avión desde Barcelona quise ayudarle a un pasajero, dada la exigüidad del espacio, a ponerse el abrigo: «No, por favor, no se moleste, que bastante trabajo me cuesta a mí sólo»
Me gusta Cataluña porque allí, según Arcadi Espada, don Quijote recobró la razón, sin duda contagiado por el seny. Me hubiera dado mucha pena que el Ingenioso Caballero muriera loco. Me gusta Cataluña en fin y sobre todo porque uno de mis hijos eligió su capital para vivir en ella por ser una ciudad abierta, tolerante y discreta.
M'agrada, i molt!!!